A la hora de los brindis, los argentinos hemos incorporado una costumbre que viene de lejos: mientras chocamos nuestras copas consideramos clave mirarnos a los ojos entre quienes brindamos porque, como la maldición del espejo roto, no hacerlo acarrea siete años de mal sexo.

Se conocen muchos casos de gente que pestañó y que, aún hoy, pena su frígida condena. Pero lo que pocos saben es que esa magia negra proviene de uno de los países más singulares del centro de Europa. Hablamos de República Checa, que además de buenas cervezas Pilsen (son los inventores del estilo), ofrecen esta curiosa condición en el brindis. Y guay de no cumplir el rito frente a los ojos delicados de una checa. No habrá Kundera que narre la desventura que seguirá.

En materia de brindis, sin embargo, el mundo ofrece muchas otras curiosidades. No en vano el alcohol puebla la imaginación de los bebedores con paraísos artificiales, a los que se llega primero en los ríos rápidos de la risa, y luego se encalla en los bancos cenagosos bajos de la nostalgia y la culpa. De eso saben mucho en Georgia, por ejemplo.

En la república del Cáucaso que vio nacer al terrorífico Joseph Stalin, es costumbre que los brindis sean largos y decorosos. Tanto, que se puede brindar unas veinte veces entre cada plato. Y en cada brindis, el maestro de ceremonias, llamado tamada en lengua local, como los bardos de otro tiempo está llamado a conducir la homilía, pasando desde los recuerdos comunes, a la comida y la misma bebida. Por si quedaban dudas, en Georgia se brinda con vino. Ninguna otra bebida podría acompañar tanto parlamento sin mamar a la compañía.

Leche de león y otras leches
Otra curiosidad del firmamento etílico es la que ofrecen las escarpadas pendientes de Kazajastan. Tierra de pastores al fin, desde tiempos inmemoriales se brinda con leche de yegua fermentada. Llamado kumis, se dice que este menjunje tiene altas propiedades curativas y nutricias. Pero si por esas cosas de la vida nos toca asistir a un brindis en este país de Asia menor, conviene recordar una cosa: no importa lo feo o rico que resulte el kumis, si no se llegara a terminar alguna de las tazas servidas, el líquido sobrante vuelve al ponche general, como una jarra loca. De lo contrario, se cometería una dura ofensa al resto de los bebedores.

Y se sabe, toda ofensa tiene que ver con la ignorancia o el orgullo. De esto último conocen mucho los turcos quienes, en materia de alcoholes y brindis, tienen la curiosa costumbre de hacerlo en fila, como lo enseñó el héroe nacional Mustafá Ataturk. Nunca solos –sería una ofensa- y nunca sin algo para picar. ¿Qué beben? Raki: un anisado al que le agregan un chorro de agua fría y cuyo aspecto cambia en el acto a un velado blanco, al que sugestivamente llaman “leche de león”.

Del ritual comunitario
En Japón brindar entre amigos se considera una de las más altas muestras de lealtad. Como de demostrar se trata, en el fondo, está muy mal visto servirse uno mismo, sea sake, cerveza o vino. Es otro quien tiene que servirnos y nosotros, a su vez, debemos hacer lo propio. Así queda establecida esta suerte de hermandad del brindis y el homenaje a la amistad en sí.

Ahora bien, si de tener códigos rígidos para la bebida se trata, los chinos son licenciosos en las cantidades y jamás cierran un negocio sin beber mucho. Donde sí son estrictos es en que primero se sirve a los mayores, luego a los de mayor rango y así hasta llegar a nuestra propia copa. Y si por esas cosas de la vida uno no pudiera beber –supongamos una úlcera o una alergia- antes de que nos expulsen del meeting cabe una jugar una última carta secreta: proponer que otro, a quien llamemos a la reunión, beba por nosotros.

Pero si de no faltar a la bebida hablamos, los más temibles son los rusos. Como verdaderos cosacos contemporáneos, en Moscú, Yaroslavl y Volgograd, se bebe hasta perder el conocimiento. Vodka. Y vodka significa que sólo vodka y que cualquier aditivo –agua, por ejemplo- se considera una afrenta. Son conocidas las anécdotas de embajadas comerciales que, luego de una noche de negocios, se despertaron en el bar o bien volvieron con la mano pegada a la pared para no perder el camino. En cualquier caso, lo único que hay que saber decir es: Na zdorovie! (¡salud!).

Con todo, son los gitanos húngaros, llamados romaní por la lengua que hablan, quienes entienden bien el asunto de cuando sí y cuándo no deben beber. El brandy es popular en el país pero ellos lo tiene prohibido, salvo en tres ocasiones: que sea lo primero que se beba al levantarse, incluso antes de ir al baño; que una mujer a la que se esté cortejando lo pida; o que se lo sirva en un velorio, donde haya que honrar al muerto hasta quedar como él.

¡Extra! “Mozo: hay un dedo en mi copa”
Dawson City, en Canadá, se ha vuelto famosa por la curiosa costumbre que nació en 1979 en el bar Sourdough. Desde entonces se sirve un trago que lleva el dedo del pie de un minero (incluso conserva la uña) al valiente que lo pida. Pero si brindar con un dedo en la copa resulta desagradable, la tradición va un paso más allá: hay que beber hasta rozar el dedo verdosos con los labios. Ya saben, sin van para Canadá…