Terruños similares, blancos más emocionantes que los tintos, la paradoja del precio alto, entre otras. ¿Hacia dónde va la producción de vino argentino?
Muchos terruños, pocas variantes. Concepto escurridizo, cuando se habla de vinos el terruño se aplica a la unidad gustativa que forman la condición climática de una región, los suelos y la mano del hombre que la trabaja. De él nacen las diferencias que dan identidad a las principales zonas de producción mundiales, como Bourdeos o Rioja. En nuestro país, sin embargo, mientras que el terruño es cada vez más esgrimido como herramienta de comunicación, es poco claro para el consumidor. Y esto es así, porque nuestras principales regiones son desiertos con suelos aluviales, similares entre sí, de modo que el mapa de posibilidades gustativas es estrecho. Comparado con países como Francia o Italia, que tienen decenas de pequeñas zonas con climas y tradiciones muy diversas, Argentina es un gran terruño monolítico con notables excepciones: Cafayate, Patagonia y Valle de Uco, entre los que producen volumen; la pampa húmeda como una región por venir.

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Pocos estilos, muchos vinos similares: cada vez más el estilo de un vino está atado a su precio y no al modo particular en que una bodega elabora su producto. Por ejemplo: si un tinto debe ser caro, aumenta la concentración y el uso del roble para distanciarlo de las otras gamas de precio. Si a esto se suma que se aplican las mimas levaduras seleccionadas, las mismas barricas y las mismas técnicas de elaboración, finalmente son más las semejanzas entre bodegas en competencia que las diferencias que las distancian. Así, en una cata a ciegas de un mismo rango de precios, es difícil encontrar vinos que sorprendan con gusto propio. Y si bien hay jugadores con nuevas propuesta, como Manos Negras o Zorzal Wines, aunque todavía son incipientes en el mercado o resultan de precios muy elevados. Con todo, López es una bodega que claramente atrasa, pero al conservar su estilo ha conseguido ser distinta y, paradoja si las hay, hoy supone a la vanguardia.

Más caro, menos sorprendente: contra todo lo pensable, las etiquetas más accesibles ofrecen hoy vinos más cambiantes. La ecuación lógica es que fuera a la inversa: que mientras más se asciende en precio, los vinos resulten más espectaculares y conmovedores. Pero la verdad es que no. Que para emocionarse en serio, sin dejar la boca aturdida y embadurnada de madera y abundante extracto seco, no hay que saltar la barrera de los 100 pesos. Salvo honrosas y pocas excepciones, claro, que ganan lentamente la cúpula de los precios con menos madera, como los que te contamos en esta reciente nota.

Pocos blancos, más diversos: en los últimos 30 años la industria argentina se ha enfocado en la producción de vino tintos. De ahí que, precisamente por todo lo que se dijo hasta aquí, hoy los blancos ofrecen mejor oportunidad de hallazgos entretenidos al paladar. Si se busca frescura, saltos de estilos y cambios de sabor que hablen de una diversidad en el mercado, conviene probar la amplitud que ofrece el Torrontés, y más aún Chardonnay o Sauvignon Blanc. Para encontrar esos mismos cambios en los vinos de color –claro que son bastantes más, también hay que decirlo- habrá que buscar mucho o apuntar a variedades de poca incidencia como Petit Verdot, Cabernet Franc o Pinot Noir.

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Varietales sin varietalidad: que un vino ponga en la etiqueta Malbec, Cabernet o Syrah connota calidad. Pero la verdad es que la identidad de cada varietal –en especial en tintos, en especial en la alta gama- está bastante desvirtuada. Hoy es mucho más parecido un Malbec a un Cabernet a igual franja de precios, que a un Malbec de otro segmento. Y eso es así, porque las diferencias de estilo para cada gama de precio son más respetadas que las identidades varietales. En un sentido es lógico: ¿qué consumidor sabe distinguir un Merlot de un Cabenert? Lo contradictorio es que el mercado insiste en varietalizarse.
Pinot noir, el último tinto virgen: el título es exagerado, concedemos. Pero la verdad es que el Pinot Noir sí tiene identidad propia. Y es así porque es raro y porque está en la vereda de enfrente al mainstream del mercado, quizás porque todavía no hay un consenso estilístico para su elaboración y porque la uva tiene un carácter inmanejable. Precisamente por eso es útil su lección: a fin de cuentas, su carácter exótico lo hace distinto y lo convierte en un vino apetecible para el bebedor que busca sabores nuevos.

Al mercado interno se llega exportando: al cabo de un intenso proceso exportador, que fue el leit motiv del relanzamiento del vino nacional en los últimos 15 años –lo que podríamos llamar la contradicción del profeta que no triunfa en su tierra-, las bodegas hoy vuelven sus ojos al consumidor local motivadas por las dificultades actuales de algunos mercados for export. En este giro late un corazón con nuevas perspectivas: porque si fue el proceso exportador el que renovó el gusto argento, es dable pensar que la diversidad del gusto local le de nuevo aire al vino argentino. El camino, apenas está transitado.